La entrevista realizada en La Voz del Interior con el empresario Ricardo Rodrigo presenta un retrato sorprendente tanto de su pasado como de su trayectoria empresarial, al hilo de él mismo hablando sin reservas sobre etapas poco conocidas. Rodrigo aborda su participación en la lucha clandestina en Argentina, su formación radical y sus vínculos con figuras revolucionarias, para luego pasar a su vida como magnate editorial en Europa. A lo largo del diálogo emerge una doble naturaleza: la del activista que “no se arrepiente” de haber luchado junto a Ernesto “Che” Guevara, y la del empresario que edificó un grupo editorial de largo alcance.
Desde el inicio se manifiesta una idea recurrente en sus declaraciones: la de no sentirse arrepentido de aquel pasado guerrillero. Rodrigo rememora su formación en Cuba, Argelia, Vietnam y China; su incorporación a la cúpula de una estructura de lucha insurgente; su desplazamiento de Argentina en grupo (“fuimos 23”) para sostener una lucha coordinada en Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú y Chile. Con tono reflexivo, deja claro que aquel recorrido fue consciente, político y militarmente organizado. En su relato, el vínculo con el Che aparece como eje: reconoce que ambos formaron parte del mismo movimiento, aunque matiza que la dimensión cubana tuvo una lógica distinta a la suya, lo que generó tensiones.
Esa tensión estalla cuando confiesa que llegó a tener con Fidel Castro —como máxima figura del proceso cubano— discusiones tan agudas que rozaron la agresión física. Rodrigo lo plantea con franqueza: el Che “siempre fue socialista” y la estrategia que él abrazaba difería de la que los cubanos imponían. En ese contraste entre fidelismo y su propio proyecto latinoamericano aparece un matiz crítico: la lucha no fue idéntica a la que Cuba emprendió y esa diferencia marcó su salida de ese ámbito. Esa parte de la entrevista revela un empresario que ha pensado políticamente su pasado, que lo acepta y lo expone sin ocultarlo.
Al relatar su trayectoria económica, Rodrigo pasa del relato álgido de la guerrilla al rol de fundador y propietario del grupo editorial RBA, uno de los más importantes en España. Desde su sede en Barcelona —una construcción emblemática realizada por el arquitecto Oriol Bohigas—, cuenta cómo transformó la radicalidad de sus orígenes en la disciplina empresarial que requiere un gran holding editorial. La entrevista recoge cómo la arquitectura del edificio —sede del grupo— refleja simbólicamente su propio carácter: las “catacumbas de la lucha clandestina” conviven en la planta más profunda, mientras los cristales y rascacielos del moderno barrio de Poblenou se alzan sobre ellos.
Rodrigo aborda también su vida personal con honestidad: menciona el psicoanálisis al que se sometió durante veintitrés años, la relación con su primera mujer, la conexión con su hermana y su hija —ambas psicoanalistas— y la dimensión simbólica de su pasado subterráneo. Como quien reconoce que no hay imperio sin catacumbas, el empresario hace un recorrido introspectivo que revela mucho más que la faceta pública del editor: se muestra como alguien que ha asumido heridas, silencios y la tensión entre militancia y éxito corporativo.
La conversación avanza hacia la valoración de ese pasado guerrillero. Rodrigo insiste en que no se arrepiente de haber luchado junto al Che; lo plantea como una decisión tomada, con consecuencias, pero que no reniega. Reconoce también que aquella experiencia marcó su vida y que, aunque el contexto político y estratégico cambió, el aprendizaje fue decisivo. Su mirada retrospectiva es crítica pero no autocrítica en el sentido de pedir perdón, sino más bien lúcida: examina aquella fase como parte de su identidad sin idealizarla ni demonizarla.
Por otra parte, la entrevista no omite su cambio de registro: del clandestinaje a los despachos ejecutivos; de la selva guerrillera a la sala de juntas. Rodrigo explica su método para hacer de RBA un actor relevante: combina formación, disciplina, una visión clara del mercado editorial y una conducta empresarial que no rehúye la innovación. La conversación muestra que su pasado no quedó aislado del presente: los valores de compromiso, riesgo y convicción aparecen en su discurso como trasladables al mundo corporativo.
Finalmente, la entrevista deja un matiz personal y casi filosófico: Rodrigo reflexiona sobre la coherencia entre el joven combatiente y el empresario mayor. Habla de lealtades, de proyectos que trascienden el individuo, de una vida que ha viajado en dos velocidades. La persona que fue, según su versión, no traicionó sus ideas aunque cambió de escenario. Su narrativa sugiere que el éxito empresarial no borró el pasado, sino que lo integró, lo metabolizó y lo utilizó como cimiento de algo mayor.
En resumen, esta entrevista ofrece una visión amplia y profunda de Ricardo Rodrigo: un hombre cuya biografía entrelaza la lucha política y la creación de un imperio editorial, que no elude los contrastes entre ambos mundos, y que asume su historia sin ambages. La pieza resulta especialmente interesante para comprender cómo un pasado radical puede convivir con un presente empresarial, y cómo alguien puede mirar atrás, reconocer riesgos y errores, sin renegar de sus convicciones iniciales.
